¿Cómo hay que votar?

Este quinto debate de DialBit nos trae un tema que nunca debería dejar de ser candente: ¿con qué criterio debemos votar? es la principal pregunta en cuestión de este diálogo bitacoril, planteada en un momento en el que las promesas electorales y el populismo se convierten nuevamente en preocupación no solamente de España (elecciones generales el 14 de marzo), sino también EEUU (elección presidencial del 2 de noviembre), y por supuesto Chile (elecciones municipales este año y presidenciales el 2005). En medio de este ambiente altamente politizado (¿?), intentaré exponer los criterios según los cuales votaría.

Primero que todo, y considerando la posibilidad de que la apatía política no sea un problema exclusivo de mi país, creo que debería plantearme en primer lugar la pregunta ¿vale la pena votar?. El sistema electoral en Chile no es precisamente una de las instituciones más queridas: cumplidos los 18 años, uno debe dirigirse al Servicio Electoral para inscribirse en el registro electoral, con lo cual uno queda comprometido a votar en todas las elecciones (en una mesa específica dentro de un determinado lugar de votación), y estar disponible para servir como vocal de mesa (encargados del registro de votantes y del escrutinio de votos). Frente a este sistema surgen varios reparos, pero en general la mayoría de la gente considera que podría ser ampliamente perfectible; votar es, en resumidas cuentas, un trámite no del todo agradable -y eso que hasta ahora solamente estamos considerando la “logística” para ello. El otro aspecto es, sin dudas, mucho más importante y mucho más inquietante: el sistema binominal no solamente aporta con estabilidad política al país, sino que reduce en un amplio rango el espectro de opciones reales (entiéndase como las que tienen verdaderas posibilidades de gobernar un país) entre las que podemos elegir. De esta manera, el escenario político no ha tardado mucho en tender a la formación de alianzas y coaliciones cuyo resultado aparente es la homogeneización de las corrientes políticas, desconociendo que cada vez más en nuestras sociedades priman las heterogeneidades y diversidades (Clarissa Hardy, De la competencia al canibalismo en el sistema binominal). Y lo que es más lamentable, la política no es lo único que se homogeniza, sino que también la corrupción, las pugnas partidistas y otros vicios se expanden uniformemente. Incluso -y ésta es la gota que rebalsa el vaso- permite que salgan “electos” candidatos que no obtuvieron mayoría bajo el alero de algún compañero de alianza que haya doblado en votación a la segunda mayoría, ignorando la opción ciudadana.

Volvamos al tema de debate – el cómo votar más que el por quién votar, cuáles son los criterios que deberíamos considerar para tomar nuestra decisión. Creo que dentro del contexto de una política desprovista de pasión ideológica, los factores que influyen en la toma de decisión no son tan llenos de responsabilidad o respetuosos de la moderación como podría haber sido antes. Me explico: elegir entre uno u otro candidato ya no supondrá el “peligro” de un profundo cambio en la sociedad, sino que todo lo contrario, probablemente las diferencias vayan más por el lado del orden de prioridades u otras sutilezas que de todas maneras no suponen un programa de gobierno fundamentalmente distinto a los demás. Sin embargo, es necesario también que aunque esas sutilezas quizás no lleguen a construir una sociedad esencialmente distinta, sí pueden marcar una diferencia significativa -dependiendo, por ejemplo, del estado de avance en el que se encuentre la legislación de un país o los temas hacia los que se encamina (en Chile, un país que heredó una Constitución promulgada en dictadura, probablemente hay más trabajo por hacer que en otro país que cuente con una Constitución democrática).

¿Debería preocuparnos el “interés nacional”? Por supuesto, pero debemos considerar que es nuestro propio interés el que se hace parte del “interés nacional”. En realidad, pensándolo desde un modo algo más extremo, quizás deberíamos decir que este llamado “interés nacional” no es más que una excusa para no admitir el propio conservadurismo y tratar de justificarnos externalizando este impulso a mantener el statu quo a través de lavarnos las manos de nuestros propios ideales. En una votación expresamos nuestra opinión individual acerca del cómo deberían ser las cosas, no debemos temer por ella, sino responsabilizarnos por ella. ¿Por quién deberíamos votar? Pues por quien pensemos que tiene la visión de sociedad más similar a la que deseamos, y por quien creamos que realmente va a luchar por llevarla a cabo.

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